Finalmente se dio por vencido, y con un dolor incipiente que atenazaba su corazón, dirigió su mirada al pecho de su amada para ratificar lo que él ya se temía. Una maldita estaca horadaba su cuerpo y se clavaba profundamente en su corazón. No había ninguna duda.
El conocimiento seguía fluyendo con rapidez, cruel y despiadadamente, abrumándole y acosándole como si de cuchillazos se tratara. Imágenes macabras y sombrías le visitaban continuamente, torturándole hasta lo indecible y prohibiendo siquiera un momento de respiro. Ansiaba volver a su antigua ignorancia, cuando el instinto era lo único que regía su forma de actuar. Pero ya era demasiado tarde.
Seguía observando su cuerpo. Se odió más que nunca, si eso era posible. Allí yacía su amada, lo único que verdaderamente había querido alguna vez, y ni siquiera era capaz de derramar una lágrima por ella. Sí, sentía dolor, y una nostalgia que nunca desaparecerá; reminiscencias de tiempos pasados, de vivencias compartidas cuando ella aún era humana y todavía eran capaz de amarla, pero nada más. No podía llorar. Incluso en eso había fracasado. Ni siquiera después de haber muerto podía haberle hecho justicia. El cuerpo de Jeane no volvería a moverse, por mucho que él deseara lo contrario.
"Jeane... El cuerpo de Jeane..."
Pasó mucho tiempo antes de que abandonase la cripta. Por fin, se dió cuenta, su mente quedó completa. Todo el conocimiento que le había abandonado debido a su letargo ha vuelto a él de nuevo. Y la congoja dio paso a la ira. Sabía bien quién ha realizado esta fechoría, y en su mente se cruzó una única palabra. Venganza. Sin embargo, le intrigaba el motivo por el cuál ella había sido asesinada y él había salido impune del ataque. No importaba, se lo preguntaría cuando fuera a arrancarle la cabeza.
Justo antes de salir finalmente de la cripta, sus ojos se desplazaron por última vez hacia el féretro y se posaron de nuevo en su amada. Aún seguía muerta y, por mucho que le costase reconocerlo, jamás volvería a la vida de nuevo. Era hora de marcharse. La hora de dejar que Jeane descansase para siempre. Y también la hora de la venganza.
Y así, Razvan Surbu, un ser odiado y temido a partes iguales, maldecido por los Dioses y por sí mismo, abrió la boca y de ella brotaron las que serían sus primeras palabras en mucho tiempo. Con voz profunda y cascada debido a su mutismo prolongado dijo:
“He vuelto a fracasar. Se lo prometí y no lo conseguí. Y ahora yace ahí, asesinada vilmente mientras yo reposaba plácidamente envuelto en la paz de mi mausoleo. Soy un hipócrita.”
Y con voz más baja, apenas un susurro en el viento, añadió:
"Por mi culpa, todo ha sido por mi culpa…”
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