sábado, 19 de mayo de 2007

La Evolución Oscura: Comentarios

Haciendo limpieza en el ordenador, y buscando entre las ingentes cantidades de ficheros que pululan por mi disco duro, he encontrado este fragmento de lo que iba a ser un relato largo y el cual empecé hará casi dos meses, pero que debido a mi inconstancia, nunca me he decidido a terminar. Tengo la idea de cómo podría seguir la historia, pero no las ganas ni el tiempo para concluirla. Al menos en la actualidad. Quizás algún día me encapriche de nuevo y decida continuarla, pero ahora mismo no me "nace". Quizás en verano... en fin.

Y esto no es la primera vez que me ocurre. A veces me da por escribir algún relatillo corto, de calidad bastante dudosa, y al día siguiente me olvido de él como si nada. El caso es que pronto formatearé el ordenador, y sé que este prólogo desaparecerá para siempre, emigrando hacia ese universo paralelo cuyo nexo de unión con el nuestro recibe el curioso nombre de "Papelera de Reciclaje". Así que, ahora que tengo blog, y que puedo gastarlo como me plazca (y además es gratis hacerlo), me he decidido a colgarlo aquí para que alguien lo lea, y para que yo mismo no olvide que un día me dio por empezar una historia y que, más pronto o más tarde, deberé ser capaz de terminarla. A continuación viene el texto. Lo dividiré en tres trozos porque me da que va a ser un pelín largo para meterlo en una única entrada. Espero que os guste.

La Evolución Oscura: Prólogo (Parte I)

La oscuridad era absoluta. Ni siquiera él, con su desarrollada vista, era capaz de atisbar algo tras esa profunda capa de negrura que acechaba por doquier. El silencio era amo y señor del lugar, imponiéndose con firmeza a cualquier conato de ruido que se produjera en aquel lóbrego lugar. Tal era la ausencia de sonido, que podría incluso haberse oído la respiración del ser que habitaba aquel sitio. Por supuesto, en el hipotético caso de que dicho ser respirase.



Pausadamente, el Ser intenta mover sus extremidades con la idea de ejercitarlas tras tanto tiempo en reposo. Habituadas como estaban a la ausencia total de movimiento, se encontraban débiles y carentes de fuerza, en un estado de forma realmente lamentable. Tras un tiempo indeterminado realizando movimientos, el Ser se da cuenta de que sus brazos y piernas han conseguido la suficiente precisión como para permitirle seguir con su empresa, si bien sabe que tendrá que alimentarse pronto para poder recuperar sus energías de forma completa.




Le llevó un tiempo liberarse de los últimos resquicios del largo y profundo sueño que le había invadido tiempo atrás. Su mente aún se encontraba embotada, y el Ser se guiaba más por el instinto que por motivaciones racionales. No sabía, ni necesitaba saber, el porqué de estar encerrado en aquel lugar. Al menos, aún no. Sólo sabía una cosa, y era que debía salir de allí inmediatamente. Sin dudar ni un instante, estiró los brazos hacia arriba y, haciendo un esfuerzo supremo, intentó empujar el techo del habitáculo en el que se encontraba, esperando hallar una forma de abandonar aquel lugar. El bloque tenía un peso excesivo, y en el estado actual era imposible el levantarlo. Sin embargo, se dio cuenta de que podría arrastrarlo hacia un lado, hasta que finalmente cayera por uno de los costados. El Ser lo intentó, y al principio no pudo. Pero, pese a ello, siguió intentándolo. Tras un arduo esfuerzo, consiguió deslizar el techo hacia un lado, permitiéndole percibir un escenario que no había observado desde hacía muchísimos años.


Poco a poco, como un lento goteo, el conocimiento llegaba a su mente, y cosas que hacía unos instantes no recordaba, pronto se volvían claras y prístinas, como si la sensación de olvido nunca hubiese existido realmente. De repente, se dio cuenta de en qué lugar se hallaba. Se encontraba en una cripta. En su cripta. Las paredes eran lisas y blancas, aunque su blancura no se percibía apenas debido a la oscuridad que reinaba en la estancia. Era una habitación sencilla, sin adornos ni nada reseñable. En el centro de la habitación, se encontraba un féretro enorme, hecho de granito y de un tono gris oscuro que destacaba en cierta medida con el tono más claro del resto del lugar. Se preguntaba cuánto ha sido el tiempo que ha permanecido descansando allí.


Encogiéndose de hombros ante la imposibilidad de resolver aquella pregunta, decidió acercarse a la puerta de la cripta y empujarla con ímpetu para intentar abrirla. Pese a ir recuperando poco a poco las fuerzas, es obvio que era incapaz de eliminar el obstáculo que le separaba de la libertad. Un pensamiento fugaz invadió su mente y, decidido, escarbó en uno de sus bolsillos hasta encontrar una llave de plata con una calavera dibujada. Tras introducirla en la cerradura, se escuchó un fuerte chasquido y la puerta se abrió sin apenas producir sonido alguno.

(Sigue en la próxima entrada)

La Evolución Oscura: Prólogo (Parte II)

En el exterior, una brisa casi imperceptible agitaba débilmente su capa raída, antaño elegante, pero que tras tanto tiempo se había enmohecido y desgastado considerablemente. Más allá de su cripta, se hallaba lo que era parte de un cementerio. Parecía que había pasado mucho tiempo desde que enterraron el último cadáver en esa zona, y los muertos más recientes eran inhumados en otros lugares más alejados.



Mientras escudriñaba el horizonte, sus ojos repararon en otra cripta, cercana a la suya y de factura semejante a ella. Su visión le provocó un dolor visceral en el corazón. Pese a que los recuerdos todavía no le socorrían y la ignorancia seguía latente en su interior, sabía que algo o alguien había ahí dentro. Algo que había sido muy importante para él alguna vez.



Tras un momento de incertidumbre, decidió acercarse a la cripta adyacente a la suya, para descubrir qué o quién pudiera hallarse en ella. Hasta el momento, su mente seguía sin ofrecerle pista alguna; por lo que parecía, tendría que descubrirlo a expensas de ella.



Cuando llegó a la puerta de la cripta, halló ésta entreabierta, como si alguien hubiese entrado o salido de allí hará algún tiempo. La información seguía agolpándose en su mente mientras pasaban los segundos, y según se adentraba en la penumbra que habitaba en el recinto, más cerca estaba de hallar la respuesta a la incógnita. Sabía que estaba casi a punto de conseguirlo.



Y entonces, en ese preciso instante, recordó. Y vino el dolor. Un dolor cegador, que apenas le permitía mantenerse en pie. Un dolor que iba más allá de lo físico; que iba más allá de lo imaginable.




Ella estaba tumbada en su féretro. Seguía teniendo esa belleza tan cautivadora, esos sensuales labios carmesíes que enmarcaban una piel suave y pálida, cuyo mero roce le extasiaba y le había hecho sentir tantas cosas hacía mucho tiempo, quizás en otra vida. También su pelo mantenía la exuberancia de antaño. Esa melena larga y rizada, negra como el azabache, de la que tan orgullosa se había sentido siempre y que ahora se esparcía desordenadamente posándose sobre sus pequeños y desnudos hombros. Sus ojos estaban abiertos, y eran azules. Tan azules que en comparación el color del cielo parecía vulgar, y el hecho de compartir el mismo calificativo parecía una auténtica burla hacia aquellos hermosos zafiros que adornaban su tez y acentuaban su radiante belleza. Estaban fijos en algún lugar inalcanzable; un lugar al cual él nunca podrá llegar jamás. Una expresión de miedo y sorpresa se reflejaba en ellos, síntoma de un despertar repentino e inesperado, como si alguien le hubiera atacado mientras estaba en su largo retiro.




Parecía que pasaba una eternidad. Se negaba a apartar la vista de su pálida tez, a la espera de un repentino despertar y para así poder abrazar a su amante tras estar tanto tiempo separados. Pero también estaba el miedo. El temor que le producía la idea de mirar más abajo y descubrir la verdad que en realidad ya conocía. Sin embargo, intentaba luchar contra ella, como si así pudiera cambiar el destino, caprichoso y cruel, y evitar lo que realmente ha acaecido.




(última parte en la siguiente entrada)

La Evolución Oscura: Prólogo (Parte III)

Finalmente se dio por vencido, y con un dolor incipiente que atenazaba su corazón, dirigió su mirada al pecho de su amada para ratificar lo que él ya se temía. Una maldita estaca horadaba su cuerpo y se clavaba profundamente en su corazón. No había ninguna duda.


El conocimiento seguía fluyendo con rapidez, cruel y despiadadamente, abrumándole y acosándole como si de cuchillazos se tratara. Imágenes macabras y sombrías le visitaban continuamente, torturándole hasta lo indecible y prohibiendo siquiera un momento de respiro. Ansiaba volver a su antigua ignorancia, cuando el instinto era lo único que regía su forma de actuar. Pero ya era demasiado tarde.


Seguía observando su cuerpo. Se odió más que nunca, si eso era posible. Allí yacía su amada, lo único que verdaderamente había querido alguna vez, y ni siquiera era capaz de derramar una lágrima por ella. Sí, sentía dolor, y una nostalgia que nunca desaparecerá; reminiscencias de tiempos pasados, de vivencias compartidas cuando ella aún era humana y todavía eran capaz de amarla, pero nada más. No podía llorar. Incluso en eso había fracasado. Ni siquiera después de haber muerto podía haberle hecho justicia. El cuerpo de Jeane no volvería a moverse, por mucho que él deseara lo contrario.


"Jeane... El cuerpo de Jeane..."


Pasó mucho tiempo antes de que abandonase la cripta. Por fin, se dió cuenta, su mente quedó completa. Todo el conocimiento que le había abandonado debido a su letargo ha vuelto a él de nuevo. Y la congoja dio paso a la ira. Sabía bien quién ha realizado esta fechoría, y en su mente se cruzó una única palabra. Venganza. Sin embargo, le intrigaba el motivo por el cuál ella había sido asesinada y él había salido impune del ataque. No importaba, se lo preguntaría cuando fuera a arrancarle la cabeza.


Justo antes de salir finalmente de la cripta, sus ojos se desplazaron por última vez hacia el féretro y se posaron de nuevo en su amada. Aún seguía muerta y, por mucho que le costase reconocerlo, jamás volvería a la vida de nuevo. Era hora de marcharse. La hora de dejar que Jeane descansase para siempre. Y también la hora de la venganza.


Y así, Razvan Surbu, un ser odiado y temido a partes iguales, maldecido por los Dioses y por sí mismo, abrió la boca y de ella brotaron las que serían sus primeras palabras en mucho tiempo. Con voz profunda y cascada debido a su mutismo prolongado dijo:


“He vuelto a fracasar. Se lo prometí y no lo conseguí. Y ahora yace ahí, asesinada vilmente mientras yo reposaba plácidamente envuelto en la paz de mi mausoleo. Soy un hipócrita.”


Y con voz más baja, apenas un susurro en el viento, añadió:


"Por mi culpa, todo ha sido por mi culpa…”