sábado, 16 de mayo de 2009

Canción de Hielo y Fuego.

-El pueblo llano, cuando reza, pide lluvia, hijos sanos y un verano que no acabe jamás. No les importa que los grandes señores jueguen a su juego de tronos, mientras a ellos los dejen en paz. Pero nunca los dejan en paz.


- La vida no es una canción, querida. Algún día lo descubrirás, y será doloroso.


Nunca se me ha dado bien vender. Lo he intentado más de una vez, ya sea trabajando o en cualquier otra situación, pero he de reconocer que no es lo mío. Quizás sea por la falta de pasión, o por la ausencia de labia necesaria para tal labor. Puede que peque de inseguro y de una alarmante falta de confianza, provocando que lo que en un principio parezca un producto más que digno acabe hundiéndose en la indiferente mediocridad, y haciendo más destacables los casi inexistentes inconvenientes frente las múltiples ventajas. No estoy seguro del motivo, pero el caso es que lo he comprobado en más de una ocasión y estoy más que convencido de ello. La cuestión es que el saberlo lo único que consigue es que se acentúe todavía más el problema, en vez de permitirme hallar una solución. Si yo trabajase en un negocio de ventas de coches, apuesto los dos brazos a que sería el tipo sin carisma que se esconde en una de las oficinas más pequeñas y cochambrosas, viendo como transcurre el tiempo mientras el casillero de ventas se mantiene tan atestado y repleto de logros como el currículum académico de Paquirrín.


No, nunca se me ha dado bien vender cosas. Y especialmente si se trata de pasiones o hobbies. Así que, al final, uno desiste en su empeño y decide consolarse con ideas tan hueras como “total, si no les iba a interesar de todas maneras” o “bueno, cada uno que disfrute lo que quiera que yo me conformo con lo mío”. Sin embargo, siempre le queda a uno la sensación de que podría haber hecho algo más, de que podría haber dado otro empujoncito, que podría haber sido el definitivo. Y, quién sabe, a lo mejor le hago un favor a esa persona. Al fin y al cabo, muchas de las cosas que he disfrutado o actualmente disfruto son por recomendaciones de este tipo. Por este motivo aún hago tímidos intentos en mi blog para recomendar algunas de mis grandes pasiones, aunque sepa que probablemente sean unos intentos fútiles.


En este caso, sin embargo, debo hablar de algo verdaderamente especial. Canción de Hielo y Fuego es mi obra predilecta de fantasía. Más que El Señor de los Anillos o Terramar, por ejemplo. Es un libro que he intentado recomendar más de una vez –con escaso éxito-, porque sé que es el libro con más posibilidades a la hora de vencer los prejuicios relacionados con este género tan castigado. Conozco a mucha gente por Internet que reconoce odiar el género pero que se ha quedado irremediablemente enganchada a esta obra. Son muchos, no casos aislados. Conozco también a gente que ha enganchado a su propio padre, madre, tío o abuela, gente con escasa predilección por la lectura. ¿Los motivos por los que esto ocurre? Son muchos, pero voy a destacar los que pienso que son esenciales.





La historia nos sitúa en Los Siete Reinos, lugar donde nos encontramos con un mundo complejo y vivo, una cosmogonía rica en detalles y que sirve sobradamente como sostén para las verdaderas virtudes de esta obra. Por un lado, el argumento y los diálogos. Por otro, los personajes. El mundo en el que se desarrolla la trama es cruel, duro y para nada exento de maldad. No existe concesión ninguna para el lector, que verá cómo página tras página se agolpan detalles macabros y dantescos que harán que la lectura no sea tan “sencilla” como uno esperaría a priori. Como ha reconocido el autor en ocasiones, se basa principalmente en otras obras relacionadas con la Edad Media, y con influencias reconocidas acerca de la Guerra de las Dos Rosas. Tiene un aire a novela de caballería clásica, como la conocida obra de Ivanhoe, escrita por Sir Walter Scott. También tiene mucho del gran Alejandro Dumas, sobre todo a la hora de narrar, con una prosa sencilla pero fuerte, amén de una agilidad pasmosa cuyo peso principal recae en los inteligentísimos diálogos y de ese estilo folletinesco que tiene la importante cualidad de engancharte y llevarte en volandas hasta el final del libro en un diminuto suspiro.


Como se ha dicho, la primera de las grandes virtudes de esta obra es, sin duda, la caracterización de los habitantes de Los Siete Reinos. Y es que si alguien está buscando fantasía tradicional en la que predomina el binomio bien/mal tan típico de este tipo de obras, entonces se ha equivocado completamente de novela. En CdHyF no existen esos personajes tan planos y arquetípicos que aparecen en otras obras como el Señor de los Anillos. Más bien al contrario. Hay una cantidad ingente de personajes, todos con sus virtudes y con sus defectos. Normalmente más de lo último que de lo primero. Todos cometen errores y pagan por ello, no existen héroes y si alguno se intenta hacer pasar por uno probablemente no dure más de dos capítulos. En un mundo cruel como éste, sólo los más crueles y capaces sobreviven, y deberán aplastar a sus congéneres si no desean terminar siendo ellos los pisoteados. Cada uno de sus personajes tiene un carácter propio, coherente y que difiere sobremanera del resto, haciendo que la experiencia sea un abismal desfile de seres únicos y maravillosamente elaborados, ya sean protagonistas de la obra o simples segundones que apenas aparecen unas diez páginas. Todos están creados con el mayor esmero posible, y se puede apreciar que el don del autor para crear vida es verdaderamente ilimitado.





Y la segunda de las grandes virtudes es la historia, sin duda. Una trama que es capaz de dar soporte a la gran cantidad de personajes complejos comentada anteriormente, que asimismo engloba múltiples subtramas, dotándolas de sentido y coherencia y que encima enganche de la forma en que lo hace, sólo está al alcance de muy pocos –por lo que yo llevo leído, hasta ahora de ninguno-. Una trama sin tabúes, que engloba amor, sexo, violencia, intriga o humor. Las torturas, las traiciones, el incesto, y el lenguaje soez están a la orden del día. Esto permite que todo sea válido, que pueda ocurrir cualquier cosa, por lo que las sorpresas y los giros argumentales pueden producirse en cualquier instante, y ningún personaje está a salvo de ninguno de ellos.


Entre las desventajas, hay que comentar que quizás sea una obra un tanto extensa y que no se halla terminada todavía. En mi caso, lo primero no es un problema, pues pese a las páginas que llevo leídas sigo queriendo más y no me he cansado en absoluto de ello. De hecho se me hace cortísima. Lo segundo sí que es algo más molesto, aunque no tenga relación –al menos directa- con la trama en sí. Simplemente ocurre que el autor requiere un cierto tiempo para terminar su obra, y observando la titánica tarea que ello debe conllevar, es algo verdaderamente comprensible.


En la actualidad, la saga está compuesta por cuatro libros en castellano, se supone que el quinto debería salir pronto, y faltarían dos más para finalizar la historia. El primer libro (Juego de Tronos) es muy bueno y altamente recomendable. El segundo (Choque de Reyes) sigue la estela del primero, quizás perdiendo frescura (obvio, por otra parte) pero manteniendo el interés del primero. El tercero y más largo (Tormenta de Espadas), es el mejor libro de los tres, y la novela más vibrante que he leído jamás. Un cúmulo de emociones y sensaciones hasta nunca alcanzada. El cuarto (Festín de Cuervos) pierde fuelle con respecto al tercero, pero es lógico, ya que no es más que la calma resultante de la tempestad, al tiempo que es la que precede a una tempestad todavía más terrible.


Y así como está la cosa. Hablamos de una serie de libros que ha triunfado en España, con lo difícil que esto es en el caso de la novela fantástica. Que ha trascendido más allá de un género cerrado, minoritario e íntimo como es el que estamos tratando. Que ha sido capaz de vencer todo tipo de prejuicios, justificados e injustificados, y para colmo lo hace de la forma más agradable e inofensiva que podría existir: entreteniendo, divirtiendo e ilustrando. Y esto, amigos míos, es mucho. Muchísimo.