sábado, 19 de mayo de 2007

La Evolución Oscura: Prólogo (Parte I)

La oscuridad era absoluta. Ni siquiera él, con su desarrollada vista, era capaz de atisbar algo tras esa profunda capa de negrura que acechaba por doquier. El silencio era amo y señor del lugar, imponiéndose con firmeza a cualquier conato de ruido que se produjera en aquel lóbrego lugar. Tal era la ausencia de sonido, que podría incluso haberse oído la respiración del ser que habitaba aquel sitio. Por supuesto, en el hipotético caso de que dicho ser respirase.



Pausadamente, el Ser intenta mover sus extremidades con la idea de ejercitarlas tras tanto tiempo en reposo. Habituadas como estaban a la ausencia total de movimiento, se encontraban débiles y carentes de fuerza, en un estado de forma realmente lamentable. Tras un tiempo indeterminado realizando movimientos, el Ser se da cuenta de que sus brazos y piernas han conseguido la suficiente precisión como para permitirle seguir con su empresa, si bien sabe que tendrá que alimentarse pronto para poder recuperar sus energías de forma completa.




Le llevó un tiempo liberarse de los últimos resquicios del largo y profundo sueño que le había invadido tiempo atrás. Su mente aún se encontraba embotada, y el Ser se guiaba más por el instinto que por motivaciones racionales. No sabía, ni necesitaba saber, el porqué de estar encerrado en aquel lugar. Al menos, aún no. Sólo sabía una cosa, y era que debía salir de allí inmediatamente. Sin dudar ni un instante, estiró los brazos hacia arriba y, haciendo un esfuerzo supremo, intentó empujar el techo del habitáculo en el que se encontraba, esperando hallar una forma de abandonar aquel lugar. El bloque tenía un peso excesivo, y en el estado actual era imposible el levantarlo. Sin embargo, se dio cuenta de que podría arrastrarlo hacia un lado, hasta que finalmente cayera por uno de los costados. El Ser lo intentó, y al principio no pudo. Pero, pese a ello, siguió intentándolo. Tras un arduo esfuerzo, consiguió deslizar el techo hacia un lado, permitiéndole percibir un escenario que no había observado desde hacía muchísimos años.


Poco a poco, como un lento goteo, el conocimiento llegaba a su mente, y cosas que hacía unos instantes no recordaba, pronto se volvían claras y prístinas, como si la sensación de olvido nunca hubiese existido realmente. De repente, se dio cuenta de en qué lugar se hallaba. Se encontraba en una cripta. En su cripta. Las paredes eran lisas y blancas, aunque su blancura no se percibía apenas debido a la oscuridad que reinaba en la estancia. Era una habitación sencilla, sin adornos ni nada reseñable. En el centro de la habitación, se encontraba un féretro enorme, hecho de granito y de un tono gris oscuro que destacaba en cierta medida con el tono más claro del resto del lugar. Se preguntaba cuánto ha sido el tiempo que ha permanecido descansando allí.


Encogiéndose de hombros ante la imposibilidad de resolver aquella pregunta, decidió acercarse a la puerta de la cripta y empujarla con ímpetu para intentar abrirla. Pese a ir recuperando poco a poco las fuerzas, es obvio que era incapaz de eliminar el obstáculo que le separaba de la libertad. Un pensamiento fugaz invadió su mente y, decidido, escarbó en uno de sus bolsillos hasta encontrar una llave de plata con una calavera dibujada. Tras introducirla en la cerradura, se escuchó un fuerte chasquido y la puerta se abrió sin apenas producir sonido alguno.

(Sigue en la próxima entrada)

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