jueves, 21 de junio de 2007

...el día que la música murió




Ya lo decía Don McLean en su magnífica canción. Fue todo un visionario. Quizás se adelantase unas cuantas décadas, pero oye, no pidamos peras al olmo. También Nostradamus, el segundo vidente más aclamado de la historia tras Octavio Aceves, era capaz de errar. Sí, señoras y señores. Siento ser tan aguafiestas, pero según este tipo el mundo habría acabado en 1999. Se equivocó por 8 años. Un margen de error no muy considerable, teniendo en cuenta la dificultad de la predicción, pero con los gabachos no debe haber concesión ninguna. A la hoguera con él.

El caso es que la música morirá. Pronto lo hará, y si fenece la música, el resto del mundo caerá con ella. Porque la música lo es todo. Lo es todo y más. Es el sostén de la gente; nos consuela en los peores momentos, mientras que en los mejores comparte nuestra dicha con entusiasmo. La música es la fuerza que mueve a la gente y le da vida, el aparato locomotor que compartimos todas las personas. La música nos hace civilizados. Gracias a ella somos capaces de hacer cualquier cosa por el prójimo. Le damos limosnas al borrachín del pueblo en la puerta de la Iglesia. Ayudamos a ancianitas a cruzar las carreteras. Recogemos las deposiciones de nuestras mascotas cuando las paseamos. Incluso somos capaces de presenciar una victoria de Hamilton ante Alonso sin insultar a ninguno de los súbditos de la Reina Madre. Ya dijo algún sabio que la música amansa a las fieras. Cierto es. Y también a los animales, probablemente.

Sin embargo, hubo un sutil error de apreciación cuando McLean compuso la canción. Él, al igual que muchas otras personas, creyeron que la música murió el 2 de Febrero de 1959, día en el que tres soberbios cantantes perdieron la vida en un accidente de avión. La muerte de Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Bopper fue un duro revés para la música. Fue un atentado en toda regla a tan afamado arte. Pero tras mucho sufrimiento pudo salir adelante y pasar la que, quizás, sería una de las mayores crisis de la historia. La gente creyó que ese día era el último. Qué equivocados estaban. No era más que un aperitivo de lo que vendría después.

Tras el paso de los años el ambiente se ha enrarecido. La aparición de organizaciones y eventos nocivos y perjudiciales (véase Operación Triunfo, SGAE) así como la pérdida de algunos de los más grandes no han dado tregua al que es el mayor don que el hombre ha sido capaz de crear. Y así, la cosa iba yendo a peor, hasta que finalmente llegaría un día en el que la música no pudiese recuperarse de nuevo. Nos encontrábamos en el último round del combate, apenas teníamos fuerzas para protegernos de los ataques del rival y el uppercut definitivo no tardaría en caer. El KO estaba apunto de llegar.

Y lo hizo. El Ragnarok, la última batalla que llevará al mundo a la destrucción se halla a nuestras puertas, y no hay nada que podamos hacer para remediarlo. Los Jinetes del Apocalipsis se están acercando. Casi se escuchan los relinchos de sus caballos, y el suave golpeteo de sus cascos contra el asfalto es el heraldo que nos avisará de su llegada. El Caos reinará en el mundo, la gente enloquecerá y perderá la escasa humanidad que aún poseía. Nadaremos en un mar de desesperanza donde imperará el temor y la tristeza. Nunca nos habremos sentido más desdichados.

Porque el día en el que la música ha muerto ha llegado.

Pero no nos entristezcamos del todo, amigos míos. Pongámonos nuestros trajes de luto y rindamos el merecido homenaje. Lloremos porque un amigo se va, pero no desesperemos, porque volveremos a encontrarnos. Derramemos lágrimas de felicidad, mas no de desolación. Se ha marchado a otro lugar mejor. Allí, en el Cielo, nos encontraremos con él. Y permaneceremos juntos por siempre jamás.