sábado, 24 de enero de 2009

La Frontera entre el éxtasis y la sordera

Tal y como un señor ha tenido el detalle de recordarme, prometí hacer una actualización más bien pronto que tarde -si bien tarde ya lo es un rato-, y como las promesas que se hacen a los camaradas hay que cumplirlas –aunque se hayan realizado en plena excitación etílica-, pues uno no tiene más remedio que aguantar el tirón y desenfundar el florete para lanzar las pertinentes estocadas. Que un servidor lleva mucho tiempo haciendo fintas y viéndolas venir, pero a la hora de la verdad siempre se queda sin lanzar contraataque ninguno pese a que la ocasión sea la más idónea para ello. He decidido pues que ya es hora de intervenir, y espero que esto sea el inicio de una época de nuevas actualizaciones (siempre a mi ritmo pausado y sin presiones, eso sí).

Esta vez toca habla de música. Ya me prometí a mí mismo que un día tendría que hablar de aquel maravilloso concierto al que tuve el placer de asistir, hará unos meses, en el que uno de mis grupos favoritos (La Frontera) deleitó a su no muy concurrido pero fiel grupo de fans en un bonito pueblo del interior valenciano llamado Benidoleig. Una experiencia inolvidable aquélla, una noche en la que tres exploradores del litoral viajaban tierra adentro sin ningún plan preconcebido para disfrutar de una velada que se antojaba única.

Y única fue, sobrepasando las expectativas más optimistas. Un paisaje rural y montañoso, libre del ambiente opresivo de las zonas urbanas, era el marco en el que se desarrollaría la noche. Un pueblo tranquilo con gente agradable al que no descartaría volver alguna otra vez. La escena pintaba genial, y desde aquel momento no hizo más que mejorar. Primero llegaron unos teloneros competentes, que nos hicieron pasar un buen rato y con una cantidad de recursos impresionante para un grupo de ese caché –disfraces e imitaciones incluidas, aparte de versionar canciones de rock famosas-. Pero tras ellos llegaba el plato fuerte, el que ha sido para mí el mejor concierto al que he tenido el placer de asistir.

La botella de Jack & Daniels se nos había acabado y empezamos con las cervezas. El concierto comenzaba y nos pusimos en primera fila para ver al grupo desde cerca. Los recuerdos son borrosos, y no sólo por el tiempo que ha pasado, sino porque lo viví con tal intensidad y tensión que se me escapan los detalles, como si fuera incapaz de asimilar tamaña plenitud sensaciones. Me abrumó de tal manera que cuando intento recordar apenas me viene nada a la mente, excepto una sensación intensa de placer y felicidad inabarcable. Semejante a un sueño, etéreo e incomprensible. Sólo sé que me pasé todo el concierto saltando y cantando todas y cada una de las canciones. Hablando claro, apenas sé qué fue lo que ocurrió durante todo ese tiempo, pero sé que fue jodidamente brutal. Y encima después del concierto conseguí entrar en el hotel y hablar con todos ellos, dejándome incluso su gentil arañazo en forma autógrafo en mi flamante camiseta fronteriza.

Hicimos amigos. Recuerdo vagamente a un enorme roedor con pinta de buen bebedor, que tocaba la armónica como nadie y con el carisma de un trovador de los de antaño. Recuerdo más vagamente todavía a su acompañante, un secundario a la sombra de la personalidad de su imponente amigo. Pasamos el resto de la noche con ellos en un Pub a las afueras del pueblo.

Al final nos volvimos a casa, exhaustos pero felices, con la tranquilidad y la satisfacción que da el hecho de haber elegido correctamente. Todos estábamos de acuerdo en una cosa: hay que repetir la experiencia otra vez.

Y cinco meses después volvimos a encontrarnos las caras con este grupo. Esta vez íbamos cuatro, aunque dos nos dejarían antes de tiempo. Sabíamos que el concierto no nos iba a sorprender tanto como el anterior, pues la primera vez siempre marca de por vida, pero aún así las expectativas eran considerables. Empezó bien, con unos teloneros curtidos y con oficio, llevando a cabo un trabajo exquisito en el escenario. Era una delicia ver a Santi Campillo dominar su guitarra como si fuera lo más sencillo del mundo. Varias canciones versionadas y buen sonido en general, aunque lo mejor estaba por llegar. Y por fin aparecieron en escena. Otra vez. El sonido era inmejorable, y no tengo queja ninguna de la actuación. Estuvieron bien, realmente bien. Carecía de la magia de la primera vez, pero ¡eh!, no podemos perder la virginidad siempre que queramos.

Sin embargo, no todo fue bueno en esa maravillosa noche, aunque estos nimios contratiempos no empañaron la velada. La primera vicisitud fue el precio de la entrada. Ningún problema para mí, pero era algo que echaba atrás a algunos, más que nada porque la sombra de la crisis es alargada, y al fin y al cabo no todo el personal comparte mi pasión por este grupo. Por otro lado, me acuerdo de un individuo extraño, un cocinero obeso y un tanto terco, que saltaba de forma repentina al escenario en pleno concierto diciendo algo sobre “que era un hombre enfermo” o cosas semejantes. También recuerdo a otro ser igualmente gordo e igualmente enfermo, pero este debido a una incomprensible atracción hacia nuestro querido Albertucho, adalid del amor libre y heraldo del orgullo homosexual. Tristemente, ambos personajes fueron expulsados inmediatamente, el primero se marchó hacia la parte trasera del escenario y el segundo directo a unas vallas a una velocidad impensable en un cuerpo de aquel tamaño. Qué se le va a hacer, no todas las noches podemos triunfar.

Pero lo peor fue la gente, violenta y territorial, como si estuviesen defendiendo su parcela frente a unos conquistadores. Golpes y empujones se repartían a diestro y siniestro, y más de una vez tuve que sujetar la valla de seguridad para que ésta no cayera. Una situación muy triste que hizo imposible disfrutar totalmente del concierto, por muy bueno que este fuera.

Y al fin terminó. Los miembros de ambos grupos –telonero y principal- salieron al escenario y pudimos hablar con ellos e incluso firmaron algunos autógrafos. Se agradeció la accesibilidad y cercanía de todos ellos, y pese a las pegas comentadas, he de decir que no me arrepiento en absoluto de la experiencia. Finalmente, unas horas más de fiestas por Xixona y después de vuelta a casa, concretamente a Tibi (o Ibi) y cargados con la satisfacción de haber visto un buen concierto –aunque peor que el primero-, con un ciego de órdago y una sordera considerable que me duró hasta el mediodía del sábado.

Faltaron las fotos. Ya han sido dos las veces, pero en ninguna de las dos ocasiones fuimos capaces de llevarnos una cámara. Una lástima, porque siempre habría deseado tener alguna imagen para la posteridad. Pero bueno, quién sabe, quizás haya otra oportunidad… Por ejemplo, un Duelo al Sol entre La Frontera y Los Rebeldes en algún lugar del Mediterráneo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buena crónica, y ojalá se de esta cita..., "al final de la noche" sentiriamos ir puestos hasta arriba de "mescalina"...

Aunque por lo que he visto en el ultimo concierto de Radio 3 de los rebeldes, Segarra no conserva tan bien su garganta como Andreu, pero igual es que tenia un mal dia, o que el rock'a'billy es un animal alejado de las horas de oficina...